EL ESPÍA EN EL JUZGADO

El otro día estaba aburrido y me dije, voy a subir al Juzgado a molestar un poco a los funcionarios. Me inventé un nombre para un falso cliente -nombre que casualmente coincidía con el de una persona que era parte en varios procedimientos en el Juzgado que elegí-, y falsifiqué una copia literal original de un poder para pleitos otorgado a mi favor por esa persona. No fue fácil, pero parecía auténtico.

Después de esperarle un buen rato a que volviera del desayuno tipo funcionario mediterráneo, tertulia incluida, nada más verme supo que llevaba malas intenciones: en su día superó con nota el curso Cuidado con los Abogados. Le expliqué mi pretensión. Torció el gesto: por orden de la secretaria no podía dejarme ver los autos en los que mi falso poderdante era parte. Primero tenía que “personarme”.

No me di por vencido. Le eché cara y me inventé dos artículos de una ley inexistente -los números 234 y 235 de una ley orgánica del poder judicial- para defender mi pretensión.

No sirvió de nada. Desolado, me abroché la gabardina, me subí la solapa para cubrir con garantías mi rostro y que no me reconociera nadie en los pasillos del edificio, y decidí tirar a la basura el kit de espía de expedientes judiciales, mientras me reprochaba cómo no conocía ese precepto legal que dice que los abogados tienen que personarse antes de poder ver las actuaciones de un cliente, aunque lleven un poder.